miércoles, 5 de junio de 2013

FRAGMENTOS ÉPICOS


Fragmento de "La Fortaleza de la Perla":
Así es como reacciona Elric tras ser engañado por el gobierno de la ciudad de Quarzhasaat:

"El albino empezó a mostrar su horrible mueca de combate, sus ojos rojos relampaguearon y su rostro fue como la calavera de la Muerte, mientras que su espada se convertía en la vengadora de su propio pueblo, en la vengadora de los baraudim y de todos aquellos que habían sufrido bajo la injusticia de Quarzhasaat durante milenios.  Y ofrecía las almas que se cobraba a su patrono, el duque del Infierno, el poderoso duque Arioch, que ya había engordado con tantas vidas como Elric y su hoja negra le habían dedicado.

  —¡Arioch! ¡Arioch! ¡Sangre y almas para mi señor Arioch! Entonces, empezó la verdadera matanza.

  Fue una matanza como para dejar pálidos tal clase de acontecimientos y hacerlos insignificantes en comparación. Fue una matanza que jamás se olvidaría en los anales de los pueblos del desierto, que se enterarían de lo sucedido de boca de quienes huyeron aquella misma noche de Quarzhasaat, prefiriendo arrojarse al desierto sin agua antes que enfrentarse al demonio blanco y rugiente, montado en un caballo Baraudi, que galopaba arriba y abajo por las encantadoras calles de la ciudad, enseñándoles a todos el precio de la complacencia y de la crueldad más insensata.

  —¡Arioch! ¡Arioch! ¡Sangre y almas!


  Los que huyeron hablarían de una criatura de rostro blanco surgida del mismo Infierno, cuya espada despedía un brillo antinatural, cuyos ojos enrojecidos relampagueaban con una odiosa cólera, que parecía poseído, él mismo, por alguna fuerza sobrenatural que ni siquiera podía controlar, como tampoco sus víctimas. Mató sin piedad, sin distinciones, sin crueldad. Mató como mata un lobo enloquecido. Y, mientras mataba, lanzaba grandes risotadas.  Aquellas risotadas nunca abandonarían Quarzhasaat por completo. Quedarían como suspendidas en el viento procedente del Desierto Susurrante, en la música de las fuentes, en el tintineo de los martillos de los orfebres y metalúrgicos que confeccionaban sus productos. Y también quedaría en la ciudad el olor a sangre, junto con el recuerdo de la matanza, de aquella terrible pérdida de vidas que dejó a la ciudad sin Consejo y sin ejército a un tiempo.  Pero Quarzhasaat ya no volvería a fomentar nunca más la leyenda de su propio poder. Nunca más volvería a tratar a los nómadas del desierto como poco menos que bestias. Jamás volvería a conocer el orgullo autodestructivo con el que están tan familiarizados todos los grandes imperios en decadencia."

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