Fragmento de "La Fortaleza de la Perla":
Así es como reacciona Elric tras ser engañado por el gobierno de la ciudad de Quarzhasaat:
"El albino empezó a mostrar su horrible mueca de combate, sus
ojos rojos relampaguearon y su rostro fue como la calavera de la Muerte,
mientras que su espada se convertía en la vengadora de su propio pueblo, en la
vengadora de los baraudim y de todos aquellos que habían sufrido bajo la
injusticia de Quarzhasaat durante milenios.
Y ofrecía las almas que se cobraba a su patrono, el duque del Infierno,
el poderoso duque Arioch, que ya había engordado con tantas vidas como Elric y
su hoja negra le habían dedicado.
—¡Arioch! ¡Arioch!
¡Sangre y almas para mi señor Arioch! Entonces, empezó la verdadera matanza.
Fue una matanza como
para dejar pálidos tal clase de acontecimientos y hacerlos insignificantes en
comparación. Fue una matanza que jamás se olvidaría en los anales de los
pueblos del desierto, que se enterarían de lo sucedido de boca de quienes
huyeron aquella misma noche de Quarzhasaat, prefiriendo arrojarse al desierto
sin agua antes que enfrentarse al demonio blanco y rugiente, montado en un
caballo Baraudi, que galopaba arriba y abajo por las encantadoras calles de la
ciudad, enseñándoles a todos el precio de la complacencia y de la crueldad más
insensata.
—¡Arioch! ¡Arioch!
¡Sangre y almas!
Los que huyeron
hablarían de una criatura de rostro blanco surgida del mismo Infierno, cuya
espada despedía un brillo antinatural, cuyos ojos enrojecidos relampagueaban
con una odiosa cólera, que parecía poseído, él mismo, por alguna fuerza
sobrenatural que ni siquiera podía controlar, como tampoco sus víctimas. Mató
sin piedad, sin distinciones, sin crueldad. Mató como mata un lobo enloquecido.
Y, mientras mataba, lanzaba grandes risotadas.
Aquellas risotadas nunca abandonarían Quarzhasaat por completo.
Quedarían como suspendidas en el viento procedente del Desierto Susurrante, en
la música de las fuentes, en el tintineo de los martillos de los orfebres y
metalúrgicos que confeccionaban sus productos. Y también quedaría en la ciudad
el olor a sangre, junto con el recuerdo de la matanza, de aquella terrible
pérdida de vidas que dejó a la ciudad sin Consejo y sin ejército a un
tiempo. Pero Quarzhasaat ya no volvería
a fomentar nunca más la leyenda de su propio poder. Nunca más volvería a tratar
a los nómadas del desierto como poco menos que bestias. Jamás volvería a
conocer el orgullo autodestructivo con el que están tan familiarizados todos
los grandes imperios en decadencia."
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