En esta tercera entrega
de la saga Alvin abandona su hogar para cumplir con su cometido como aprendiz
de herrero en Rio Hatrack, su pueblo natal aquel fatídico día en el que
las aguas del Hatrack se llevaron la vida de su hermano mayor Vigor, que luchó con la
muerte el tiempo suficiente para que Alvin naciera siendo un séptimo hijo de un
séptimo hijo. En este pueblo desconocido casi para Alvin pero a la vez lleno de
recuerdos, la sombra del Deshacedor volverá a urdir su trama invisible cual
tela de araña, con un solo objetivo, acabar con el joven aprendiz y su futuro
como Hacedor. En Rio Hatrack conoce a
la comadrona que atendió a su madre el día de su nacimiento, la Buena Peggy y a
su marido Horace, los Guester que regentan una hostería en la cual Alvin espera
encontrar a la pequeña Peg, la única
hija de los Guester que posee un curioso don, es una Tea. Una tea sería una
especie de vidente pero con algunos matices. Tanto Alvin como Peg, sin
conocerse, ansían encontrarse, parece que están predestinados a ello, pero
extraños acontecimientos forzarán la marcha de Peg, aplazando así el momento de
su encuentro.
Alvin se entrega a su
tarea de aprendiz fortaleciendo su cuerpo y mente con el objetivo de conseguir
controlar su don. Acompañado casi siempre por Arturo Estuardo, el hijo adoptivo
de los Guester poseedor de un divertido don y personaje clave de la novela,
Alvin como siempre se verá, ya sea por su bondad o su ingenuidad, enredado por
las tramas del Deshacedor.
En comparación con las
anteriores entregas, en esta no ocurren hechos muy impactantes, como por
ejemplo la masacre de Tippy-Canoe o los intentos de acabar con la vida del
chico de la primera entrega de la saga. Pero en contrapartida ocurren cosas “buenas”,
y entrecomillo buenas porque no lo tengo del todo claro. Aun siendo para mí la
entrega más flojas de las tres leídas, sigue siendo un libro muy interesante.
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