jueves, 25 de septiembre de 2014

RELATOS A DOS MANOS


“            MOnfis
Mientras esperaba mi turno para dejarme ser maltratado físicamente por las terribles manos y codos de una chica, sus corrientes y una temible cama, más parecida a la camilla que vio nacer a Frankenstein, y a la que quedaba pegado por un calor abrasador, daba comienzo una historia sin hilo ni final concreto. Era la vida en plena decadencia de Monfis, un chico venido a menos en sus dos últimos años de vida, llegando al extremo de la incomunicación total con el mundo, salvo órdenes del máximo dueño de su propio ser, que de vez en cuando, le mostraba el aire que respirar. Monfis, no dejaba de pensar en cómo había caído en esa situación. Esa duda o pregunta, no le dejaba de rondar por la cabeza, pero sólo en parte de ella, porque el resto era del máximo dueño.


Nació de la colmena y fue cuidado por una pareja de robots de la primera generación. Su infancia no fue diferente a la de sus semejantes, siguió la educación impuesta por la Inteligencia Artificial gobernante en aquel momento. Tests, tests y más tests. Los había de tres tipos: los físicos, fácilmente superables tratándose de un producto genético sin malformaciones, los mentales que abarcaban todo tipo de ciencias y los empáticos, extraños tests que no fue capaz de entender hasta bien llegada la pubertad. El contacto con otros humanos se restringía hasta la finalización de su proceso de educación, así que únicamente se comunicaba con sus progenitores y las interfaces de estudio. Hasta aquel día en el que la conoció.


Desde ese momento, todo se abriría para él -dentro de su ya extraña, compleja y diferente vida-, en forma de abanico trapezoidal, con unas posibilidades únicas para escapar de aquello, pero donde nadie le regalaría nada.  Durante las horas en aquella camilla infernal, no dejó de pensar en ella. Todo le sabía a ella, todo significaba ella y debía luchar por ella, muriera dentro de aquel extraño abanico, viviera o se extrapolara a otra vida genética. Sabía que ella sentía lo mismo que él sentía al cruzar las miradas. Notaba en su débil cuerpo vibraciones ultramagnéticas que le hacían olvidar de donde procedía y el porqué de su retroceso.


Notaba que su vida se iba escapando lentamente. Descarga tras descarga se sentía más inerte, justo en el instante en el que estaba al borde de dejar de luchar por ella, el vacío lo engulló. Un vacío antinaturalmente lleno, un vacío que lo abrazaba y acompañaba, que le acunaba como la madre que no conoció, que le entendía como el amigo que nunca tuvo, un vacío infinitamente más lleno que millones de vidas como la que Monfis había tenido. Rodeado de todo aquello le embargó un sentimiento nuevo para él: el odio. Odió su vida anterior, odió a sus padres mecánicos, odió su propio ser, pero a ella no pudo odiarla y se odió por no poderlo hacer. En ese instante el vacío se vació y despertó.


Se vio así mismo como un ser despreciable, un maldito transeúnte de una vida vacía y que lo vaciaba más aún cada instante que transcurría en su propio martirio diario. ¡Amó y odió! Odió y maldijo cada palabra y movimiento de sus seres más cercanos. Él sólo quería ser feliz, pero los tests, la tierra y la infelicidad se lo tragaban hasta hacer de él un minúsculo reducto de una vida perdida con su consentimiento. Ya no valdría con salir al espacio abierto contiguo a su habitual paradero estático y prepararse para recibir las órdenes del máximo dueño -fuesen las que fuesen-. Esos momentos, dentro de la amargura, le proporcionaban ligeros dotes de poder con los que lidiar tardes y noches de ensueño mientras se lo permitían. Buscaba el aire limpio que le traería notas de esperanza, colores y el dulce olor de aquella que amó, y después no pudo despreciar. Pero su sangre, del color del dolor y la represalia, no brotaba como su mente en esas escuetas salidas al mundo exterior.


Cansado de la rutina diaria, una mañana fingió no encontrarse bien para las pruebas físicas. Pasó un largo rato a solas en su habitáculo, a solas en todo el distrito, pensó y una extraña sonrisa se formó en su cara. Se sentía inquieto, llegó a pensar varias veces en acudir a los tests como era su obligación, pero rápidamente desechó esos pensamientos que fueron desplazados por una incontrolable fuerza desconocida. Abstraído en sus desvaríos no fue consciente de lo que hizo. Había destrozado su habitación, no tenía muchas pertenencias pero estaban todas hechas añicos menos el interfaz. Observó la escena unos instantes y, como guiado por unas órdenes inexistentes, se acercó a lo que hasta el momento había sido la unión con la realidad que vivía, y lo destrozó con la mano desnuda. En ese preciso instante uno de sus progenitores entró a la habitación. Monfis estaba erguido con la mirada perdida sacándose cristales de la mano ensangrentada.


¿Qué quiere?, preguntó Monfis. Le estamos esperando para sus pruebas y su retraso sabe perfectamente que puede traer consecuencias graves. No tarde más de cinco minutos en ir donde ya sabe, y comenzar con los tests, contestó un sirviente del lugar. Monfis continuó quitándose los cristales de la mano, arregló un poco su hábitat diario, y decidió salir camino de los tests. De camino se cruzaría con compañeros, que no amigos, que venían de vuelta de sus correspondientes pruebas. Todos le miraban de abajo arriba, hincando sus miradas en su mano derecha que, por lo visto, ni se había molestado en curar medianamente bien. Llegó al lugar indicado y se sentó. No hizo nada más. Solamente respiró profundamente y cerró los ojos. Él mismo sentía que aquellos latidos de corazón provenían de un lugar más profundo de lo normal. Entre suspiro y suspiro, pasaban perfectamente largos segundos. Segundos de auto control o del comienzo de la nueva vida de Monfis. ¡Quien sabe… salvo él!


Entre latido y latido, tres de los encargados de preparar tubos, cables, máquinas, gráficas… murmuraban entre sí. Probablemente estuvieran hablando de lo sucedido minutos atrás. Sabían que Monfis estaba pasando por grandes cambios. Alteraciones que crecían como crece el ímpetu de amar y matar. El de odiar y adorar. Estaban seguros que Monfis les sería un problema muy serio y preocupante desde ese mismo instante. Terminados los preparativos, se disponían a colocarse en una habitación contigua para seguir el desarrollo de los tests, pero faltaba por acercarse a Monfis y atar sus manos, pies y cabeza a la cama donde se había tumbado para ser nuevamente deflagrado. Uno de estos sirvientes, Bèlicx, fue el que se le acercó, y amablemente, lanzó unas tranquilizadoras palabras a Monfis, pero Monfis no las recibió. Su mente ya no estaba allí, sólo su alma. Sus venas, ya no eran venas, y sus extremidades, piedras impenetrables dispuestas a masacrar por todo aquello que él sentía que se le había hecho pasar.


Haciendo caso omiso a las palabras de Bélicx, Monfis se acercó a la interfaz de datos. Ninguno de sus acompañantes osó decirle ni hacer nada. Si las máquinas pudieran sentir miedo, en ese momento estarían aterrorizadas. Monfis se había convertido en una anomalía, cosa que no era concebible en sus cerebros positrónicos. Se alejaron de él y se limitaron a monitorizar su acceso a la interfaz. Accedió a la búsqueda de datos y tecleó, tras unos segundos unos resultados fueron mostrados. En ese mismo instante la interfaz se bloqueó, pero demasiado tarde, Monfis ya había encontrado lo que buscaba… a ella. El mundo a su alrededor se apagó, dejó de sentir y se centró en un solo objetivo: llegar a su destino, dejó atrás a sus acompañantes y se perdió entre la maraña de corredores de las instalaciones. Bélicx se acercó al interfaz e introdujo su código de desbloqueo para comprobar lo que estaba buscando Monfis. En la pantalla aparecía un mapa del complejo central de La Colmena, en el cual estaba seleccionada una habitación en concreto, Sala Génesis. Las alarmas del complejo se activaron, el sistema de megafonía canturreaba repetidamente una advertencia sobre Monfis. No tardó mucho en encontrarse con un grupo de sus propios compañeros de tests que, en actitud agresiva, le bloqueaban la entrada a los elevadores. Observó sus caras una a una con la indiferencia de un dios harto de sus creaciones, abrió sus brazos y dijo –Apartaros de mi camino y viviréis unas horas más.


Iba en su búsqueda incontrolada, la Sala Génesis, y lo que allí residía sin conocimiento de lo que iba a suceder, consumían sus horas como cualquier otro día. Medicamentos adulterados, pruebas con los residentes que se salían de la lógica, tratos inapropiados, e incluso, robo de las propias almas de estos. ¿Pero para qué desprovenirles de tanto cuando ya tiempo atrás los desnudaron de cualquier tipo de vida? En esas que entró MOnfis y todo se paralizó. Miró de izquierda a derecha hasta que consiguió ver lo que se le había arrancado de su interior. Los allí residentes, perplejos y helados, no hicieron más que mirar. Los encargados de dicha sala, se lanzaron contra él, pero MOnfis, de un fuerte movimiento, los redujo a escombro visceral. Ya no había más por que temer ni aguantar. Sangre, lágrimas y violencia, era lo que había que acatar. La sala se convertiría inesperadamente en el encuentro más violento y tierno jamás vivido hasta ese momento. MOnfis, después de despojarse de toda aquella carne golpeada y ensangrentada, se acercó, la abrazó y le susurró dos simples palabras. Desde entonces, ya nada volvío a ser igual.

By Álex Sánchez Pons & David López Martínez

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