Con el estreno de El Séptimo
Hijo han vuelto a editar las tres primeras novelas de Las crónicas de la
Piedra de Ward, de las cuales ya había leído las dos primeras entregas y la
tercera no la encontraba por ningún sitio pero ¡ya la he encontrado! En esta entrega de la
saga el Espectro decide pasar el invierno en su residencia de Anglezarke, movido
como siempre por extraños motivos que sólo él conoce.
Las diferencias con su
casa de Chipenden son sustanciales, ya no dispondrán del Boggart que les protege y cocina, ni del jardín
para enterrar brujas y otras extrañas criaturas; en la nueva residencia las
brujas y demás se encierran en el sótano y les cocina una bruja lamia supuestamente
amiga del Espectro a la cual han de dar una poción todos los días para que no
recuerde quien es, ni los poderes que posee. Con estos ingredientes y alguno
más la trama está servida, con un Tom Ward que cada vez se perfila más como un
Espectro y no un aprendiz que tendrá que hacer frente a incontables peligros y
acabará saliendo airoso como siempre.
Como en las dos entregas anteriores nos encontramos
con un libro cortito de unas doscientas y pico páginas con un ritmo endiablado.
Personalmente el protagonista me encanta: su manera de reaccionar ante los
peligros que le acechan, la entereza que posee a la hora de tomar decisiones y
la facilidad que tiene de meterse en líos de todos los colores. Si me tuviera
que quedar con uno de los tres libros me quedaría con La Maldición del Espectro
ya que el malo malísimo es La Pesadilla que mola mucho, con el perdón de
Golgoth no se vaya a despertar y entremos en el invierno eterno.
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